lunes, 16 de noviembre de 2009



¿Cómo saber si estoy creciendo espiritualmente?


Tienes que:
1. Tener un deseo creciente del conocimiento de Dios
2. Deseo creciente de conocer su palabra preparandose en ella, teniendo hambre de su palabra.
3. Mayor sensibilidad a la tentación.
4. Deseo mermado de lo que el mundo ofrece.
5. Tu esfera de amor ha crecido. ¿Haz compartido tu amor?
6. Capacidad de amar ha aumentado.
7. Sensibilidad a los demás. Compartir con los demás Penas, quebrantos, etc.

domingo, 15 de noviembre de 2009


Buenas noches, les comparto un tema escrito por Susan Murray.

Hace algunos años, recibí un obsequio de un agricultor que me enviaba tres cactus de Arizona. Anticipando que florecerían y crecerían, los puse en una maceta en la ventana de mi cocina, junto a otras plantas. Cada vez que regaba las plantas, sentía un gran impulso de regar los cactus. Aunque las instrucciones decían que había que regarlos una vez al mes con una cuchara, a veces les dejaba caer sólo un chorrito de agua pensando que se sientirían felices por ello. Pero luego de varios meses, uno de los catus empezó a inclinarse un poco, fijándome que el colorido y la textura de la planta cambiaban en su base. La había regado demasiado. En cierta forma, la estaba matando bondadosamente. ¿Tiene esto algo que ver con el crecimiento espiritual de un niño? Creo que sí. Para poder sobrevivir, un niño ciertamente necesita de aire, alimento, agua y refugio. Lo mismo sucede con las plantas. Pero cada tipo de planta necesita el mejor tipo de tierra (refugio), de nutrición (abono y agua) y de aire para que aquella planta en particular pueda florecer y crecer. Así pasa con cada niño. Cada uno de ellos es un individuo que necesita cuidado específico para sus necesidades peculiares. Nutriendo el Crecimiento Espiritual de su Hijo Puede ser un verdadero desafío conocer el cuidado específico que necesita una planta. Pero resulta aún más desafiante saber lo que un niño necesita para crecer espiritualmente. ¿Qué prácticas y creencias son necesarias para inculcar la espiritualidad en un niño? Un niño necesita vivir en familia, con un fuerte sentido de la ética (la forma en que nos tratamos a nosotros mismos y a los demás), y valores (lo que realmente cree su familia). Cada uno de ellos necesita un sentimiento de seguridad que lo lleve a través de los dolores y desilusiones de la vida. Podemos construir las bases de una vida de oración en el niño, orando con él (o ella) en momentos de alegría y de preocupación. Los niños necesitan un sentido de tradición y de comunidad. Los servicios religiosos de la iglesia, el asistir regularmente a acontecimientos patrocinados por la iglesia y la participación en los diferentes programas de ésta, reforzará en el niño un sentido de pertenencia. Eventualmente, el niño decidirá por sí mismo lo que desea creer acerca de las cosas espirituales. Sin embargo, los padres son la guía que más influirá en él y su fuente más importante de orientación. Lo invito a considerar la forma en que está modelando la confianza y la bondad en su hijo. ¿Está, usted, emocionalmente dispuesto cuando su niño lo necesita? ¿Comparte con él sus razones para creer lo que cree, y de qué forma esa fe potencia su vida? ¿Le otorga valor a las maravillosas obras de la creación de Dios en forma diaria? Un niño necesita saber que es amado por lo que es, y no por lo que hace o deja de hacer. Un niño necesita ser amado y cobijado personalmente… Ese es el desafío mayor. “¿Cómo puedo amar incondicionalmente a mi hijo infundiendo en él (o ella) las creencias religiosas que tanto valoro?” Eso refleja la siguiente pregunta: “¿Cómo debo cuidar esta planta en particular?” Piense en ésto: Tal vez a usted les gusten las violetas, pero el Señor puso a su cuidado un cactus. O, tal vez a usted le encanten los pinos, pero Dios quiso que usted cuidara un rododendro.

sábado, 14 de noviembre de 2009

Un Fundamento Seguro y Verdadero



Hace algún tiempo, la región nor-occidental de la India fue sacudida por un violento terremoto, que causó miles de muertos. Edificios, casas, escuelas, colegios y hospitales se convirtieron en tumbas de muchas personas. Momentos antes se realizaba un desfile escolar por una de las calles céntricas en un pequeño pueblo; la calle estaba flanqueada por construcciones altas; la calle estaba abarrotada de gente, unos contemplando el desfile y otros desfilando, cuando ocurrió el sismo. Literalmente, los edificios cayeron hacia delante, sepultando a todas esas personas. Los investigadores llegaron a la conclusión de que la causa principal de la alta mortalidad causada por el terremoto se debió a la increíble debilidad de los fundamentos de las construcciones, considerando que la zona está dentro de una región altamente sísmica.
Cuán importante es el fundamento sobre el cual deben ser edificados los edificios y casas en zonas donde la frecuencia e intensidad sísmicas son muy altas. De igual o mayor importancia es para el cristiano edificar su vida espiritual sobre sólidos fundamentos, para que tenga un saludable y verdadero crecimiento espiritual: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo; En el cual, compaginado todo el edificio, va creciendo para ser un templo santo en el Señor: En el cual vosotros también sois juntamente edificados, para morada de Dios en Espíritu” (Efesios 2:20-22).
Para el verdadero cristiano sólo Cristo es el fundamento seguro sobre el cual logrará su desarrollo espiritual. En 1ª a los Corintios 3:11 el apóstol Pablo dice: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”.

Queda claro entonces que el fundamento para el crecimiento espiritual del cristiano está en la misma fuente de vida que la originó, es decir, CRISTO, y que los fundamentos para este crecimiento espiritual se encuentran en las claras enseñanzas de la Biblia.

viernes, 13 de noviembre de 2009

La Fortaleza para cambiar proviene de Cristo


Que tal amigos. Este día les compartiré una cápsula mas para nuestro crecimiento.

Se ha dicho que los seres humanos son criaturas de hábitos. Muchas de nuestras prácticas se vuelven automáticas y, con frecuencia, ni siquiera estamos conscientes de que hacemos ciertas cosas o que las realizamos de modos específicos.
El encabezado de “Malos hábitos” cubre una gama muy amplia de conductas negativas y podrían definirse como todo lo que inhibe el crecimiento cristiano u ofende a otros.


Podemos estar hablando de los llamados pecados del espíritu, tales como la envidia, los celos, la malicia, las murmuraciones, las mentiras, las críticas contra otros, el egoísmo, la impaciencia, las querellas, etc.


O bien, podemos referirnos a los actos compulsivos tales como los de comer, beber, gastar dinero, leer y ver pornografía, trabajar en exceso, las fantasías y los pensamientos malos, las maledicencias, etc.


El tema de los malos hábitos adquiere una importancia especial en vista de la exigencia bíblica de que los cristianos “anden en novedad de vida” (Romanos 6:4).
Al entregarnos al Señor, pidiéndole que examine nuestros corazones y nos revele lo que le desagrada (Salmo 139:23,24), comenzaremos a ver muchas cosas feas que es preciso que corrijamos.


Lo más importante que es preciso recordar respecto a los malos hábitos es que desagradan a Dios y, con Su ayuda, se pueden abandonar, reemplazándolos con otras alternativas más correctas.


Ninguno de nosotros es inmune al cambio. El evangelio se especializa en las transformaciones (2 Corintios 5:17). Sabemos que Dios puede obrar en nuestras vidas, con el fin de ajustar nuestra conducta a lo que le complace.


“Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).
Billy Graham comentó: “La fortaleza para nuestras conquistas y victorias la tomamos continuamente de Cristo”. La Biblia enseña que cualquiera que es nacido de Dios no practica el pecado”.
¿Podemos reflexionar sobre esto?
Hasta la próxima

miércoles, 11 de noviembre de 2009

El Aguila


Hola, hoy deseo hacer referencia a una charla del predicador Alberto Mottesi, llamada El Aguila.


El hombre halló en el bosque un polluelo de águila, caído del nido. Lo llevó a su casa y lo crio en el corral, entre las gallinas, patos y pavos, como si fuera una de esas aves. Pasaron cinco años. Un día un naturalista llegó a la casa del hombre y visitó el corral. ¡Hombre! -le dijo al dueño- ¿Qué hace allí esa águila entre las gallinas? -No es águila- respondió el hombre, ¡es gallina!. Es verdad que cuando la encontré era águila, pero la he criado entre las gallinas y aunque sus alas miden ocho pies de punta a punta, jamás podrá volar. ¡Ya no es más que una gallina!.
-Pues no— replicó el naturalista, todavía tiene el corazón de águila, y yo la haré volar algún día. Convinieron entonces que en cierto momento, el naturalista haría la prueba.
Tomando este al águila la sacó del corral, la llevó al aire libre y le dijo ¡Águila, no lo olvides! Eres un águila, no una gallina. Perteneces al cielo, y no a la tierra. Dios té dió esas alas poderosas para volar. ¡Extiéndelas, y vuela! Pero el águila no hizo caso. Volvió corriendo al corral, a meterse entre las gallinas. -Te dije que era gallina..-comentó con sorna el dueño. ¡Pues, ya verás! ¡Ya verás que es águila! repuso el naturalista.
Día tras día, con paciencia infinita, el naturalista repetía el experimento y la exhortación. Tímidamente al principio, y con más resolución después, el águila comenzó a extender y mover sus poderosas alas. Un día, al salir el sol, el águila miró de frente su deslumbradora luz. Se estremeció de patas a cabeza como si un choque eléctrico la sacudiera. Alzó la gallarda cabeza, brillaron sus penetrantes ojos, extendió sus alas magníficas, y al fin voló, arriba, más arriba, siempre arriba, hasta perderse en el esplendoroso cielo azul. Era en efecto un águila.
He aquí toda una parábola. Nosotros los seres humanos somos como el águila. Yo diría que somos casi polluelos de ángel. Pero nos criamos entre gallinas, entre sapos, lagartijas, caracoles y demás sabandijas que se arrastran por el suelo. Dios nos ha dado estupendas alas para volar a las alturas, pero nosotros las mantenemos plegadas, y como gallinas nos conformamos con cloquear y comer granillos del suelo. Hasta que un día, la Luz deslumbradora de Cristo penetra en nuestra alma, y entonces sí extendemos las alas y nos elevamos por sobre tanta miseria y abandono.
¡Cristo es la Luz del mundo y el alma humana! Mírale a Él, Su Luz te embriagará y llenará tu ser interior, y cuando esa Luz te penetra, ya no hay dudas, ni temores, ni complejos. Somos lo que somos, creados a imagen y semejanza de Dios, hechos para Su Gloria. ¡Atrévete a volar, en el Nombre de Jesús!